Pese a tener cuatro hijas y un hijo, mamá siempre respondía que tenía cinco “hijos”. ¿Por qué no decía que tenía cinco “hijas” si nosotras éramos mayoría? Quizás este tipo de preguntas no tenían cabida hace 10 años, pero, en los tiempos que corren, esta suerte de invisibilización —a todas luces, tan natural y normalizada— ha gestado el nacimiento, cada vez mayor, de movimientos sociales que están promoviendo revuelos en nuestra lengua, con el propósito de lograr un lenguaje más inclusivo. 

Este lenguaje inclusivo, también llamado igualitario o no sexista, va más allá de los desdoblamientos tan cuestionados por atentar contra la economía lingüística, que, como se ha observado, están, sobre todo, en los textos administrativos: “Sólo los venezolanos y venezolanas por nacimiento y sin otra nacionalidad podrán ejercer los cargos de Presidente o Presidenta de la República, Vicepresidente Ejecutivo o Vicepresidenta Ejecutiva, Presidente o Presidenta y Vicepresidentes o Vicepresidentas…” (Informe de Ignacio Bosque, 2012).

Sí, la retahíla de desdoblamientos fatigan la lectura y su entendimiento y en, muchos casos, pueden emplearse otras estrategias más prácticas como una simple “y” de por medio (los y las portavoces, por ejemplo), pero el lenguaje inclusivo no va solo de desdobles, sino, más bien, de visibilizar a la mujer en aquellos ámbitos laborales que le fueron inaccesibles durante mucho tiempo (hoy hablamos con normalidad de “ministra” o “alcadesa”), ámbitos de presencia mayoritariamente masculina (nombramos a la médica, mecánica, empresaria); o ámbitos en los que su rol estaba relegado a ser “la esposa o mujer de” y no la profesional que conocemos en la actualidad (la “farmacéutica” de antaño era la “mujer del farmacéutico”).  

Fuente:  https://blog.oxfamintermon.org/el-sexismo-linguistico-y-la-visibilidad-de-la-mujer/

No se trata, pues, de una “especie de aberración dentro del lenguaje”, como indicó Vargas Llosa en una entrevista para el canal de noticias La Voz, sino de un intento por mostrar lo que estaba oculto a través de los discursos dominantes. Así, la propuesta del uso de “todes”, que irrumpió en la esfera pública y mediática a raíz de recientes protestas argentinas, es, según la lingüista Elena Álvarez Mellado, “fácil de pronunciar, morfológicamente claro, lingüísticamente económico y socialmente inclusivo”, frente a los ya conocidos “todxs” y “tod@s”). Para Mauro Cabral, estas propuestas representan una suerte de “escritura de la diversidad y, más aún, de la disidencia sexual” (ya que incluye también a los colectivos LGTBI+). Ante una consulta en redes sobre esto, la Real Academia Española respondió:  

En efecto, el masculino genérico se emplea para dirigirnos o referirnos a un grupo mixto, aunque este sea mayoritariamente femenino, y es un aspecto lingüístico que está hoy en el punto de mira de las distintas esferas sociales: en el ámbito político, administrativo, universitario e, incluso, deportivo. En España, recoge la Fundéu, llamó la atención que el entrenador de la selección femenina de básquet, respondiera, tras campeonar, “jugamos contentas, jugamos tranquilas”. Inmediatamente, los medios le preguntaron por el uso de ese femenino, a lo que respondió: “¡Pero si son todas mujeres y el único hombre soy yo!”. Algo que parecía tan lógico y a la vez tan raro, ¿verdad? Sin embargo, a los profesionales de la enfermería, también en España, una profesión “tradicionalmente feminizada”, algo así no les causa tanta extrañeza, pues emplean el femenino colectivo, aun siendo hombres, sin bochorno alguno. ¿Por qué nos costaría tanto trasladar esto a otros ámbitos laborales, donde la mujer cobra cada vez mayor protagonismo?   

Para María Martín, autora de Ni por favor ni por favora, el masculino genérico es machista, excluyente y de valor no “inocente”, puesto que da mayor relevancia a los hombres que a las mujeres al nombrarlos primero o únicamente a ellos. Así, la frase de Steiner, “Aquello que no se nombra, no existe”, ha sido parafraseada en diversas guías y propuestas que fomentan el uso de un lenguaje más igualitario. En nuestro país, por ejemplo, el Ministerio de Poblaciones Vulnerables (MIMP) publicó en 2017 la Guía para el uso del lenguaje inclusivo. Si no me nombras, no existo para promover el lenguaje inclusivo en las entidades públicas y “abandonar prácticas donde el lenguaje es un medio para ocultar o subordinar la presencia femenina a la masculina”.

Según Marco Aurelio Denegri, “Para los egipcios existían solamente las cosas nombradas y para los griegos, había apenas cinco colores, porque eran los únicos que tenían nombre. Los otros colores no existían, por carecer de nombre”. Las médicas, las presidentas, las sargentas, las agrónomas, las ingenieras, las cirujanas, las pescadoras existen. ¿Por qué no nombrarlas, entonces?

Las Naciones Unidas brinda recursos para hablar un lenguaje inclusivo en cuanto al género en su web institucional; el gobierno español solicitó cambios en el vocabulario de su Constitución para hacerlo más inclusivo, las universidades españolas han creado guías de uso no sexista para promover su difusión, a través del uso de ciertas estrategias lingüísticas, como recurrir a nombres genéricos (“persona”, en lugar de hombre o mujer), nombres colectivos (“alumnado”, por alumnos y alumnas; “ciudadanía”, por ciudadanos y ciudadanas), nombres abstractos (“la dirección”, en lugar de directores y directoras), barras (interesado/a), desdoblamientos, para evitar ambigüedades (el niño y la niña; ni hermano ni hermana), entre otros.

Decía Saussure que la lengua es un producto social y, por tanto, refleja y recoge lo que la sociedad expresa y demanda. Soplan nuevos vientos en los que, como destaca la lingüista Victoria Marrero, cuando el profesor dice “los niños salen al patio”, las niñas de hoy protestan: “¿y nosotras qué?”.


Ilustración: lasillarota.com